Thursday 3 September 2009

Sentada en la cama tomando un Mocha Blanco de Starbucks

La escena sería perfecta si estuviese a miles de kilómetros de distancia, en New York, Barcelona o Los Ángeles. Pero no. Estoy en esta freaking BA que tanto me molesta.

Ayer, mientras manejaba por Libertador, una desequilibrada casi me choca con su Ford Ka plateado. La pelotuda estaba intentando cambiarse de carril y ni se avivo de que estaba yo. Y eso fue lo que hizo que algo en mi cabeza gire inesperadamente. Y me di cuenta de que la ciudad me molesta. Los árboles, pobrecitos, me molestan. Los pozos. Los edificios. Los ruidos. La gente. Obviamente, se que en otras ciudades hay pozos, edificios, ruidos y gente, pero no es que me molestan ellos en general. Me molestan los de acá, pura y exclusivamente.

Siempre, de chiquita, decía que me quería ir a vivir a NYC. No sé bien el porqué, supongo que habré escuchado ese nombre en alguna película o algo. La cuestión es que siempre que me fui de viaje, no extrañaba la ciudad, sino algunos elementos de ella. Mis amigos, mi cama, mi auto, mi celular, mi computadora, mis perritos, mi novio, whatever. Pero no a BA como entidad. Jamás me sentí homesick; ni un solo día de mi vida.

En cambio, mi mamá siempre se tiró más por la costa Oeste; ella también, de chiquita, decía que se iba a vivir a California. Segun ella, en una película de Clark Gable el dejaba a la actriz de turno para irse a vivir a Los Ángeles, y ahí quedó enganchada con ese hermoso estado norteamericano.

Así que se ve que las ganas de no echar raíces viene por el lado de la genética. Raro; al final, soy más parecida a mi mamá de lo que pensé. Y todavía no se que siento al respecto.

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